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Desamor, una exposición de las personas enamoradas

Asistimos cada vez con más frecuencia a ver el desamor y a la tendencia de formar parejas de duración determinada para volver a iniciar el ciclo del amor con una nueva persona y es que el romanticismo del amor eterno va transformándose en la búsqueda de la felicidad y la evitación del aburrimiento y el dolor, parece que la obsolescencia también se ha instalado en las cuestiones afectivas.

Abrirse al amor implica exponerse también al desamor. El enamoramiento provoca cambios bioquímicos a nivel cerebral que facilitan el establecimiento del vínculo y la sensación de bienestar, el estado emocional es de exaltación y plenitud, la percepción del mundo y de la vida adquieren sentido a través de la presencia del otro. Reímos sin motivo, la mirada brilla y los problemas se sienten con distancia. Algunos lo dibujan como un estado de enajenación mental o de locura y es que el “estoy loco por ti” solo se entiende cuando alguna vez pudo sentirse.

Obviamente, este estado de conciencia alterado dura un tiempo, el suficiente como para que la pareja se consolide e inicie un proyecto de vida en común, el destino de la misma puede ser también la pérdida, el deterioro de aquello que en su día creyeron inagotable. Y es que en la pareja básicamente tres caminos conducen al agrio desamor si no se identifican a tiempo y se reparan:

1. Instalarse en la rutina. Los seres humanos buscamos la costumbre y cuando nos esclaviza se pierde la pasión y la intriga, todo es esperable, todo es repetitivo, llega el aburrimiento y las primeras preguntas, ¿es esto lo que quiero? La idealización del otro se tambalea, “ya no me haces sentir lo mismo, algo ha cambiado”. La pareja pasa de mirarse a los ojos durante horas, de contarse cada momento del día, de acariciarse y estar en contacto físico constante a tener otros planes. El interés por el otro, la comunicación y los intercambios afectivos disminuyen. Aparecen las primeras crisis de pareja, las discusiones y los desencuentros, “Antes no me hablabas así, parece que todo te da igual”. Los menos hábiles en comunicación llegan a entrar en dinámicas disfuncionales y se pierden en la batalla de llevar la razón, los enfados duran más y se dedica menos tiempo a la reconciliación. El vínculo se deteriora y cada mal entendido se acoge como síntoma de desamor. Se pierde el interés por el otro gradualmente.

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2. La pérdida de confianza y seguridad. A lo largo de la relación de pareja algunas actitudes, comportamientos y decisiones del otro resultan decepcionantes. En cada

desilusión algo se rompe y ese “algo” tan difícil de ponerle nombre tiene que ver con las aristas que empiezan a verse de la pareja que fue idealizada: “Jamás me hubiese imaginado algo así de ti”. La imagen del otro empieza a cambiar, se transparentan las imperfecciones y se tambalean las bases de la pareja, ya no se pone la mano en el fuego por el otro, máxime cuando se experimenta la traición de la infidelidad, esto puede ser la palanca que empuje a la ruptura sin cavilación.

3. Cambio de ciclo vital. Las necesidades personales van cambiando con el tiempo, lo que un día nos produce interés deja de hacerlo con el paso de los años. No somos los mismos que cuando nos encontramos en el camino. Cuando los cambios personales no van en consonancia con el ritmo de la pareja se entra en conflicto. El ser humano tiende cada vez más a la autorrealización, al desarrollo personal y esto implica que las prioridades vayan modificándose, lo que podía ocupar el primer lugar deja de hacerlo para ser reemplazado por algo nuevo y estimulante. No siempre se logra el crecimiento individual de la mano del otro, siendo difícil mantener la intensidad emocional necesaria para continuar en el amor, las diferencias aumentan la distancia afectiva entre ambos y el desamor empieza a sospecharse como algo presente a lo que hay que atender en algún momento: “No soy la misma persona, mis sentimientos y necesidades han cambiado”.

El reconocimiento del desamor es un proceso complicado, se tiende a vivir de manera confusa por el lazo afectivo que sigue existiendo, por la lealtad que le guardamos al bienestar de la pareja del que durante mucho tiempo nos hicimos cargo, por el miedo a perder lo que significó el centro de la vida, por la implicación que tiene verbalizar un “ya no te quiero”, por la resistencia a los cambios, por la compasión y la pena que puede generarse al creer que se abandona al otro a su suerte y por el dolor al que se enfrenta todo adulto sano frente a un duelo. Sin embargo, cuando aparece el desinterés por el otro en muchos aspectos de su vida, cuando nos sentimos incluso extraños en compañía del otro, cuando desaparece el deseo por compartir lo emocional y lo físico, cuando el aburrimiento es una carga y cuando uno deja de sentirse seducido por la pareja, cuando no nos apetece compartir, ni comunicarnos, ni reírnos, ni contar con el otro, entonces debemos abrirnos a comprender el desamor que habita en uno mismo. Mirarlo de frente no siempre nos dirige a la separación, de hecho, hacerse cargo de él es imprescindible para poder comunicarlo y tratar de repararlo si es que aún queda la ilusión del reencuentro.

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